Brasil: un verdadero gigante de Latinoamerica


SAO PAULO – BRASIL. La primera vez que vine a este país hace más de 10 años, todo parecía pequeño. Un auto tipo Toyota Camry era considerado un carro grande en las carreteras de Sao Paulo. Los electrodomésticos en el hogar, como microondas y refrigeradores, siempre eran más pequeños que en Estados Unidos. Incluso los carritos en el supermercado siempre fueron por mucho inferiores a los de Costco o incluso Northgate Gonzalez.
Hoy aquel Brasil de millones de cosas diminutas ha sido remplazado por uno que tiene un gusto por las cosas grandes; un gusto que va más a tono con una economía que es ahora la sexta más grande del mundo y que recientemente superó economicamente a Inglaterra.
Actualmente, los autos nuevos tipo SUV apenas caben en los estacionamientos pequeños de los centros comerciales abarrotados, a pesar que los carros cuestan casi el doble que en los Estados Unidos. Los gigantescos televisores importados se imponen ante las paredes modestas de los departamentos que fueron construidos para épocas, cuando la gente se conformaba con lo justo. Y en los supermercados, lo único más grande que los carritos es la cuenta que se paga en la caja registradora. Brasil, para sorpresa de muchos, es más caro que Estados Unidos.
Todo esto es el reflejo de una economía robusta que el año pasado creció a su ritmo más acelerado en más de 24 años, y que junto con países como China, Rusia e India, se ha convertido en uno de los motores económicos globales.
Cuando Estados Unidos cayó en la peor recesión en su historia reciente, mucha gente se preguntó: ¿A dónde se fue todo el dinero? La respuesta: a países como Brasil.
Acá la palabra recesión parece haber sido reemplazada por un optimismo inquebrable y un orgullo nacional que el primer mundo está a la vuelta de la esquina, sin importar si esto es cierto. Es una sensación extraña atestiguar esto, especialmente para estadounidenses que desde hace varios años estamos acostumbrados a las malas noticias económicas.
Los tiempos son tan buenos acá que a la clase media y a la clase media alta le cuesta trabajo contratar personal doméstico. Muchas casas y departamentos en Brasil suelen tener un cuarto pequeño en donde tradicionalmente duerme la empleada del hogar. Sin embargo, hoy en día muchas de esas habitaciones lucen vacías o son utilizadas como almacenes. Aquellas empleadas domésticas que siempre estaban en gran oferta se han ido a las fábricas a ganar más dinero o en busca de otras oportunidades.
Los brasileños están llevando su riqueza a otros países e incursionando en el extranjero con inversiones de todo tipo, e incluso son copropietarios de la cerveza Budweiser, un ícono estadounidense. Muchos consumidores han comprado departamentos y propiedades en Estados Unidos, particularmente en Miami, en donde representan hasta el 70 por ciento de los compradores recientes de los condominios de lujo de esa ciudad.
Y parece que mejores tiempos están aún por venir con la Copa del Mundo en 2014 y las Olimpiadas en 2016.
Sin embargo, no todo es color de rosa para el país donde todo es verde o amarelho.
Los productos no son las únicas cosas que han aumentado de tamaño. Las pancitas de los brasilenos han crecido a la par con el desarrollo económico. El 65 por ciento de la población está de sobrepeso o es obesa, de acuerdo a cifras gubernamentales. Engordar es una señal de países ricos, como podemos atestiguar los estadounidenses.
Además, muchos brasileños se quejan de pagar algunos de los impuestos más altos en el mundo debido en gran parte a que el país no ha tenido un partido de derecha fuerte desde la dictadura militar de los años 1970. Esto ha generado poca oposición al constante aumento de todo tipo de impuestos para financiar programas de gobierno que suelen usarse como armas políticas para ganar votos durante las temporadas de elecciones.
A pesar del crecimiento económico, en esencia y cultura sigue siendo Latinoamérica.
Hay que admitir: es admirable lo que Brasil ha logrado en las últimas décadas, además, con poca ayuda de los Estados Unidos (Estados Unidos es el cuarto socio comercial de Brasil. El primero es otros países de Latinoamérica, seguido por Europa y Asia).
Me pregunto: en donde estará Brasil en otros 10 años.
¿Será en verdad el primer país latinoamericano en dar el salto al primer mundo? Eso está por verse.
Mientras tanto, las expectativas son enormes.

Visita al consulado mexicano de San Diego puede ser divertida


El costo de obtenerlo va más allá de pagar dinero

Desde antes de entrar al edificio alcancé a ver a mi conocido adversario. Estaba a un lado del detector de metales, revisando las pertenencias de los paisanos que hacían fila para entrar al consulado de México en San Diego.

Era un guardia de seguridad mexicano, o de ascendencia mexicana, armado, bigotudo, corpulento y de gran altura. Nos conocimos unas semanas antes cuando intenté pasarme de listo con él mientras pasaba por seguridad.

“Apague su teléfono, por favor”, me ordenó aquella vez. Ya está apagado, le contesté, suponiendo que recibiría el beneficio de la duda.

“Déjeme revisar su teléfono entonces”, dijo ante mi consternación.

El aparato parecía diminuto en sus manos grandes, y le tomó una fracción de segundo exponer mi mentira.

“Apague su teléfono, por favor”, me dijo nuevamente con un cierto enfado, como diciendo: “¿Crees que eres el primer paisano que me quiere ver la cara de tonto?”

Para mi más reciente visita apagué el celular antes de entrar al edificio. Iba a solicitar la renovación de mi pasaporte. Creo que me reconoció, porque cuando llegó mi turno revisó que el teléfono estuviera pagado.

“¿Sabes que una vez que entre puedo presionar un botón para encender el teléfono, no?”, le pregunté, intentando pasarme de listo otra vez. “Señor, está prohibido usar los teléfonos en el consulado, es por cuestiones de seguridad”, dijo.

Algunos pensarán que estoy loco, pero es entretenido ir al consulado. Siento que una visita ahí me acerca más a mi país que comprar provisiones en Northgate González.

Es un lugar lleno de drama y suspenso, donde siempre se te habla de usted, donde los llantos de niños se convierten rápidamente en ruido de trasfondo, donde los empleados pasan la mitad del tiempo ordenando a la gente en dónde pararse o sentarse, y en donde, a pesar de haber revisado todos los documentos varias veces, siempre existe la posibilidad de que algo te falte y tengas que regresar otro día a terminar tu trámite.

Voy aunque no tengo que ir. Soy un ciudadano estadounidense naturalizado. Tengo mi librito de pasaporte azul. Vivo de este lado, trabajo acá, tengo mi vida y mi familia en San Diego. Pero insisto en mantener lazos con mi país natal.

Lo hago porque para mí siempre ha sido importante tener un pasaporte mexicano, tanto por cuestiones culturales como de trabajo o incluso para ser propietario en México. Además, no me agrada la idea de entrar como turista a mi país natal cuando viajo al interior. Aunque tampoco tengo necesidad de hacerlo, a mis tres hijas les he tramitado la ciudadanía mexicana. Quiero que la tengan por si algún día la necesitan. En estos tiempos de incertidumbre, uno nunca sabe a dónde lo lleva la vida.

Pero para eso hay que pagar un precio, no solamente monetario ($101 dólares para un pasaporte de seis años), sino también debe apartarse medio día para hacer el trámite. Hay que pasar horas en una sala que a veces parece la central camionera de Tijuana, con la televisión apagada y con el teléfono encendido pero escondido, como si estuviera viendo un partido de futbol en misa.

No es que sea un rebelde sin causa.

Lo que pasa es que no uso un reloj y cuento con mi teléfono para saber la hora. Mi celular me da la tranquilidad de saber que mis hijas están bien en la escuela, es mi calendario y mi libreta de apuntes donde escribo ideas y cosas que son importantes para mí.

Después de tres horas de espera y de hacer fila en siete ocasiones diferentes, era solo cuestión de minutos para finalmente recibir el pasaporte. El trámite había tomado más tiempo de lo esperado y ya iba tarde a mi siguiente cita. Me urgía mandar un mensaje de texto para justificar mi falta de respeto a la persona que me esperaba.

Apenas empecé a escribirlo cuando sentí la presencia imponente de un hombre uniformado frente a mí, que seguramente me había estado observando desde la esquina opuesta de la sala.

“¡Señor!”, me dijo con dureza. “Hágase un favor y apague su celular”.

“Claro que sí, señor”, le dije mientras apagaba el aparato.

“Muchas gracias, señor”, dijo.

“De nada, al contrario. Gracias a usted”, le contesté, mordiéndome la lengua.

Dejar el celular es más difícil que dejar la botella


El conductor del auto azul no sabe manejar.

Vira ligeramente a la izquierda, y abruptamente endereza el camino. Los conductores atrás ven cómo, sin aparente justificación, las luces de freno del auto se prenden y apagan como lucecitas de Navidad. Mejor se hacen a un lado o lo pasan rápidamente. No vaya a ser un conductor ebrio.

Al pasar por un costado ven que no es una botella de cerveza lo que tiene en la mano, sino un aparato negro iluminado del tamaño de la palma de la mano. No es un conductor borracho. Es un conductor distraído por su celular.

Es solo una coincidencia que el conductor en esta escena hipotética tenga un auto azul como yo, pero no voy a negar que mis malos hábitos me han ganado más que una pitada de claxon y alguno que otro adjetivo calificativo que, gracias a la velocidad y a las ventanas del auto, no logré escuchar.

Manejar bajo los efectos de un celular se ha convertido en uno de los peligros más grandes en las carreteras de hoy.

Si bien antes nuestras principales distracciones detrás del volante consistían en cambiar la estación de radio, ponerse maquillaje o comer una hamburguesa doble con queso sin mancharnos la ropa, hoy en día tenemos nuestros poderosos aparatos electrónicos, los reyes de la distracción.

Los celulares de hoy son todas esas cosas y más: tienen radio, pueden convertirse en un espejo para el maquillaje, te ayudan a encontrar el restaurante de hamburguesas dobles más cercano, son tu computadora de la oficina, tu pronóstico del tiempo personalizado, tu periódico, tu televisión, tu vida social, tu álbum de fotos, videos, etcétera.

En California y en muchos estados es ilegal conducir con un celular en la mano, pero muchos conductores ignoran esta ley como ignoran los límites de velocidad de las autopistas. El costo de una infracción es de solo 20 dólares, es como si el gobierno nos estuviera diciendo: “Te vamos a cobrar poquito dinero porque entendemos que todos lo hacemos”.

Hace unos días la compañía de teléfonos BlackBerry tuvo un apagón que afectó por varios días a distintas partes del mundo, incluyendo Norteamérica. Pero en el Oriente Medio, la suspensión temporal de servicio tuvo un efecto colateral: en Dubai los accidentes de auto cayeron en un 20 por ciento, mientras que en Abu Dhabi el número de accidentes durante esa semana se redujo en un 40 por ciento, y además no hubo accidentes fatales.

En México unas 24 mil personas mueren cada año a causa de accidentes de auto, el doble que el número de personas que mueren a causa de la guerra contra el narcotráfico. Las razones son muchas: en algunos estados los conductores no tienen que tomar exámenes de conducir, la cultura del uso del cinturón de seguridad aún está en su infancia y muchas personas consideran que manejar ebrio es algo normal. Ahora se suma un nuevo peligro: manejar y mandar mensajes de texto a la vez o hacer cualquier otra cosa con el celular.

Estos lugares podrían parecer lugares muy lejanos, pero el problema se siente muy de cerca cuando vas a 70 millas por hora y el tipo del carril derecho está revisando su correo electrónico mientras un motociclista intenta pasar por en medio para ahorrarse dos minutos de viaje.

Cuántas historias escuchamos cada año de personas que fallecen justo después de haber mandado un mensaje de texto, una actualización en Facebook o Twitter, o durante una llamada telefónica. Vivimos en una sociedad de adictos a estos aparatos, en donde los teléfonos son lo que para un alcohólico es una botella de licor barato.

Todavía faltan unos meses para el año nuevo. Pero no quiero esperarme para hacer la resolución del año: dejar el teléfono a un lado y poner mis dos manos sobre el volante. No solo para evitar provocar un accidente, sino para cuidarme de aquellos que no resisten la tentación de manejar y usar su teléfono celular.

No quiero ser ese auto azul que se tambalea en las carreteras o que hace de sus luces de freno un espectáculo navideño. Quiero llegar bien a casa. Me pregunto si habrá un grupo de apoyo de usuarios de teléfonos celulares, como la de alcohólicos anónimos.

Con mucho gusto me presentaría y relataría más historias hipotéticas del auto azul.

La impuntualidad mexicana es un defecto curable


Es mejor no llegar tarde nunca.

Es raro ver a un político ser regañado, y más cuando lo regañan como si fuera un niño.

Quizás por eso fue tan entretenido ver el otro día un video de un general del ejército mexicano en el que reprende a Cuauhtémoc Cardona Benavides, el secretario general de Baja California, enfrente de su jefe, el gobernador del estado, José Guadalupe Osuna Millán.

“No lo quiero ver en ninguna instalación militar”, dijo visiblemente molesto el general Alfonso Duarte Mújica al gobernador mientras Cardona escuchaba a un lado con la cabeza medio agachada.

“Es un grosero, borracho, irrespetuoso y un conflictivo”, concluyó el general mientras una cámara atrás grababa la inusual pero cándida jalada de orejas.

La fricción se propició cuando Cardona llegó tarde a un evento del ejército en donde lo esperaban para que diera un discurso. Los militares, con la disciplina que los caracteriza, no lo esperaron y siguieron con el evento. Cuando Cardona finalmente llegó, le negaron el micrófono, y él decidió abandonar el recinto.

Bien por el ejército. Y bien por el general.

La impuntualidad es una de las cosas que nunca he entendido de mi cultura.

¿Por qué nos cuesta tanto a los mexicanos, y a los latinoamericanos en general, llegar a tiempo a una cita? ¿Dónde comenzó esta terrible tradición de abusar del tiempo de otras personas, ya sean colegas, profesionistas o amigos? ¿Será cuando todos andábamos en burros y no había carreteras?

Puedo entender que en nuestra cultura se llegue tarde cuando se trata de una fiesta o una reunión social; a nadie le gusta llegar primero, aunque irónicamente el anfitrión siempre espera con gran ansiedad al primer invitado.

¿Pero a una reunión de negocios? ¿A una clase? ¿A una cita telefónica para hablar sobre algún asunto importante? ¿A una cita médica? Aunque ahora vivo en Estados Unidos, donde la gente es generalmente puntual, en ocasiones me toca ser víctima de los contratiempos de los impuntuales, de aquellas personas que poco les importa el tiempo de otros.

No recuerdo en qué momento de mi vida me convertí en una persona que llega a tiempo a sus compromisos. Quizá porque de chico tuve muchas citas con el dentista, y aprendí que nunca debes hacer enojar a una persona que mete cosas filosas a tu boca.

Hoy en día yo suelo llegar por lo menos 10 minutos antes a cualquier cita, y llegó con aún más antelación cuando voy a hablar ante un grupo de personas. Quizá esto refleje mi americanización o expongo un poco mi personalidad compulsiva, pero siempre preferiré llegar a tiempo.

La impuntualidad es una costumbre que debemos dejar en el pasado, junto con el uso de caballos como medio principal de transporte. No solamente es una falta de respeto para la persona que nos ha dado el privilegio de reunirse con nosotros, sino que también es una pérdida de tiempo y de dinero para todos.

¿Cuánto dinero se tira a la basura en México cada año en tiempo muerto cuando un grupo de personas está esperando a un impuntual? No es por nada que en México se dan bonos de puntualidad, como en la escuela se dan estrellitas a los niños que no faltan a clases. ¿Qué tal si mejor dieran bonos de productividad, algo que beneficiaría a todos los empleados de una compañía?

Yo tengo poca tolerancia a la impuntualidad. Y me molesta aún más cuando alguien esconde su irresponsabilidad detrás de una costumbre de orígenes desconocidos que en realidad debería darnos vergüenza. ¿Mexican time? Por favor.

Espero que el secretario de gobierno haya aprendido su lección y que sea la última vez que llegue tarde a cualquier evento, por el bien suyo y de quienes lo rodean, y por el bien de las personas que ya no tendrán que esperarlo. Será un mejor servidor público y un ejemplo a seguir para todos aquellos que insisten en ser impuntuales.

Yo en lo particular, jamás hubiera llegado tarde a un evento de hombres uniformados con armas de fuego a sus costados. Pero como hemos visto, a veces los militares son más peligrosos con sus palabras que con sus armas.

 

El apagón evocó aquella vida sin pantallas


Cuando era niño en Tijuana, los apagones eran el menor de los disturbios urbanos que ocurrían en mi querida metrópolis fronteriza.

Más miedo le tenía a las avalanchas de rocas que descendían por las calles cuando llovía excesivamente, que en ocasiones terminaban convirtiendo a los autos en lanchas. Un mayor inconveniente era cuando se iba el agua, ya que solía suceder cuando me daba un baño y justo después de aplicar champú en el cabello.

¿Pero un apagón? Ésos eran hasta divertidos.

Sacábamos velitas, contábamos historias de miedo y caminábamos por todos lados con linterna en mano, como si estuviéramos acampando.

Quizás por eso no me preocupé cuando se fue la luz el otro día en un apagón histórico de varias horas que dejó a 1.4 millones de personas sin electricidad en el Condado de San Diego, generando congestionamientos, rescates en elevadores y vuelos retrasados.

Lo primero que hice durante el apagón fue sentarme en la oficina a comer un durazno delicioso mientras escuchaba a mis colegas del trabajo especular sobre las razones de apagón. Otros actualizaban ferozmente Facebook en sus teléfonos móviles o monitoreaban Twitter obsesivamente.

Ya con mis años de reportero en el pasado, disfruté no tener que preocuparme de pasar aquella calurosa tarde llamando a autoridades malhumoradas y escribiendo notas contra reloj.

El único pensamiento que ocupaban mi mente era llegar a casa y que mis cervezas aún estuvieran frías.

Lo mejor de todo es que mi teléfono celular ya estaba bajo en baterías y sabía que pronto no tendría ni una sola pantalla que ver, ni computadoras, ni televisiones, ni cualquier otro aparato electrónico a los que tanto estamos acostumbrados. Y aparentemente no era el único que ya se estaba haciendo a la idea de pasar una tarde desconectado.

La abrupta interrupción a nuestro adictivo estilo de vida digital nos hizo a muchos darnos cuenta de que mientras nuestros aparatos nos acercan a la gente que está lejos, también suelen alejarnos de la gente que está cerca.

En mi vecindad la gente salió a socializar sin tener a Facebook como intermediario. Niños que bajo situaciones normales estarían frente a un televisor perfeccionando sus habilidades de jugar videojuegos se paseaban en bicicleta, reencontrándose con el aire fresco de un atardecer apagado.

Algunos amigos me contarían después que pasaron el día en el parque, bajo un árbol, platicando con la viejita que se sienta en el mismo banco siempre, caminando entre la vegetación o jugando futbol con extraños. Escuché historias de vecinos que tenían años viviendo juntos y que más allá de un saludo, jamás habían intercambiado palabras hasta que fueron unidos por el apagón.

En casa saqué mi guitarra acústica y me eché un desconectado con mis hijas. Sacamos limones del refrigerador oscuro e hicimos una limonada sin hielo y con agua de la llave que sabía mejor que la que venden en la feria.

Entre tanto, la televisión permanecía oscura y silenciosa en un rincón de la casa, como si estuviera castigada. Tuve suerte que tenía linternas a la mano, porque de otra forma hubiera prendido las velas del bautizo de mis hijas, que estaban diseñadas para mostrarnos el camino de la luz.

En la noche contamos historias de fantasmas, aunque temo que asusté de más a mis dos niñas pequeñas, quienes seguramente se durmieron pensando que tarde o temprano La Llorona entraría por la ventana de su cuarto.

Las calles estaban vacías y la vecindad estaba callada. Coloqué mi cabeza sobre la almohada y me dormí entre el silencio y la oscuridad. Alrededor de la una de la mañana las luces se prendieron de la misma forma abrupta en la que se habían apagado unas 10 horas antes.

San Diego tenía nuevamente luz.

Un grupo de sandieguinos idealistas creó una página de Facebook para proponer “apagones” mensuales en San Diego, para así repetir aquella experiencia que nos hizo sentirnos humanos otra vez.

Extrañé aquella vida sencilla y desconectada que teníamos en otros años, cuando no existían teléfonos móviles más poderosos que las computadoras, cuando solamente teníamos 13 canales de televisión y cuando los apagones eran el menor de los disturbios urbanos.

No me importaría si se fuera la luz otra vez.

4 lecciones sobre el debate de la deuda nacional


Obama: ¿negociando con payasos o un negociador bien pirata?

Solamente Dios sabe qué hubiera sucedido si los políticos en Washington, DC hubieran fracasado en su intento por llegar a un acuerdo para elevar el techo de la deuda del país.

La economía del país está creciendo pero muy poco, igual que la economía mundial. Si Estados Unidos hubiera perdido su capacidad de pagar sus deudas, los efectos seguramente hubieran sido catastróficos. Y lo peor es que algunos políticos estaban dispuestos a recorrer ese camino. No es por nada que este debate será recordado como uno de los más tensos y dramáticos en los últimos tiempos.

Quizá muchas personas jamás se darán cuenta de que en verdad esquivamos una bala.

Pero dejemos las incógnitas a Dios y concentrémonos por un momento en lo que pasó y en algunas de las lecciones que nos ha dejado este enfrentamiento con tintes de suicidio político y económico.

Lección # 1: la extrema derecha controla el país.

Es impresionante que un grupo de congresistas republicanos novatos haya logrado imponer su ideología extremista al resto de nosotros. Al negarse a elevar el techo de la deuda del país, un proceso legislativo de rutina, los políticos del llamado Tea Party secuestraron al país hasta imponer recortes históricos al presupuesto federal. El vicepresidente Joe Biden llegó a decir justo después de haber llegado a un acuerdo que los republicanos “tenían pistolas sobre sus cabezas” durante las negociaciones. Al final, el acuerdo afectará a la gente más pobre y no incluye un incremento de impuestos o ni siquiera la clausura de las lagunas tributarias que utilizan los ricos y las corporaciones para evitar pagar los impuestos que les corresponde.

Lección #2: El presidente Barack Obama es un pésimo negociador.

Lástima que el presidente de los Estados Unidos no es un vendedor de carros usados. Si lo fuera, yo fuera su mejor cliente. Llegaría a su lote con mil dólares en la bolsa listo para comprar un carro de cinco mil. Él se pondría a negociar conmigo y finalmente me diría que lo suelta por cuatro mil. Yo insistiría en que solamente tengo mil. Al final sólo le pagaría 900 y además negociaría un tanque lleno de gasolina. Así fue como negoció una salida de la crisis. Los republicanos primero la inventaron y después se la vendieron a un presidente siempre dispuesto a ceder. Sus habilidades de negociar dejan mucho que desear y sientan un precedente que complicará toda negociación hasta el día en que deje la Casa Blanca. ¿Te puedes imaginar lo que el presidente negociaría si estuviera tratando de pasar una reforma migratoria? ¿En verdad crees que en este presidente negocie el mejor acuerdo para ti?

Lección #3: la economía está otra vez en problemas.

El mismo día que se llegó a un acuerdo para elevar el techo de la deuda se dio a conocer un indicador que mostraba una alarmante desaceleración del sector manufacturero de los Estados Unidos, el más reciente signo de interrogación en cuanto a crecimiento económico del país. De hecho, unos días antes se dio a conocer que la economía apenas creció durante la primera mitad del año, y que se están produciendo muy pocos trabajos a lo largo del país. El debate sobre el techo de la deuda elevó aún más la incertidumbre que se vive y sus efectos podrían durar mucho más. Algunos economistas pronostican que los Estados Unidos verá una reducción en su puntaje de crédito, lo que podría afectar los intereses que pagamos todos por productos como casas y carros.

Lección #4: el debate sobre la deuda invita a la revaluación de nuestras prioridades.

A pesar de la manera bruta en la que los republicanos casi nos llevan al abismo económico, muchos de sus argumentos tienen mérito. La deuda del país tiene que domarse y tenemos que convertirnos en una nación que sabe manejar bien su presupuesto y su crédito. Pero debe hacerse de una manera responsable. El déficit no debe resolverse solamente con recortes, sino también con otras fuentes de ingresos como impuestos. El sistema tributario del país es demasiado complejo y arcaico para nuestros tiempos, y debe reformarse. La población está cambiando, está viviendo más tiempo, y por lo tanto, necesitamos analizar de nuevo los costosos beneficios que se basan en la edad, como Medicare y Social Security.

Son debates que vienen en camino. Ojalá el presidente Obama pueda negociar algo que no esté tan cargado hacia la extrema derecha.

Los Xoloitzcuintles cuentan con un aficionado más


La primera vez que escuché el nombre de este equipo de futbol de Tijuana, tuve que pedir que repitieran el nombre por lo menos dos veces, la segunda vez más lenta que la primera.

Xoloitzcuintles.

¿Cholos qué?

Xo-loitz-cuint-les.

Ah qué bueno, dije sin poder evitar el impulso de rascarme la cabeza.

¿Y qué significa eso?

Además de ser un equipo recién ascendido a la primera división del futbol mexicano, resulta que los xoloitzcuintles son unos perros generalmente lampiños que, para no decir que son feos, digamos que no son muy agradables a la vista.

Así ocurrió mi primer acercamiento con este club que unas temporadas después sudebiría al máximo circuito del futbol de México y que le daría tanto orgullo a mi ciudad natal de Tijuana, que por tantos años ha visto su reputación caer tan rápido como los castillos de bala de un cuerno de chivo endiablado.

Incluso para un aficionado del futbol tan apasionado como yo, cuyos puntos de referencia en la vida son los mundiales de futbol, su ascenso fue una sorpresa total.

Admito que desde hacía muchos años me había hecho a la idea de que Tijuana jamás tendría un equipo de futbol de primera división. Sólo así podía justificar mi deambulación por los equipos de la primera división: unas veces apoyaba a los Pumas de la UNAM, otras a las Chivas de Guadalajara, y en ocasiones a Santos de Torreón o incluso al Cruz Azul; una temporada le iba al Monterrey, y en la siguiente podría apoyar a sus acérrimos rivales, los Tigres. Lo único coherente de mis preferencias ha sido un profundo desdén por el América, una institución que aún hoy en día piensa que puede comprar el amor.

Mis amigos aficionados que habían nacido o vivido en ciudades futboleras con equipos de primera división, y que tuvieron la fortuna de crecer asistiendo a partidos en los estadios, no podían entender cómo era que podía irle a más de un equipo.

Soy de Tijuana, les explicaba. Nosotros no tenemos equipo de primera división. Por lo tanto tenemos el derecho de irle a quien queramos y por el tiempo que se nos antoje. Y para probarlo les contaba de la extensa variedad de camisetas de diferentes equipos que tenía en mi clóset, y que usaba dependiendo de cómo me sentía el día que quisiera ponerme una.

A lo largo de los años vi cómo muchos equipos de Tijuana intentaron sin éxito subir al máximo circuito: Dorados de Tijuana, Chivas de Tijuana, Nacional de Tijuana y Trotamundos de Tijuana. Recuerdo con cariño especial al Inter de Tijuana, un equipo de segunda división de finales de los 1980 y considerado el primer proyecto serio de la ciudad.

Muchos de los jugadores vivían en el mismo edificio donde vivía mi abuela, en Colinas de Agua Caliente. Ella tenía un departamento en el primer piso, y los jugadores, que vivían en los pisos de arriba, la consideraban prácticamente parte del equipo.

Era común visitar a mi abuela y encontrar a varios jugadores sentados en sala viendo televisión mientras ella cocinaba alguna cosa. Siento decir que no era un equipo muy bueno. Dudo incluso que hubieran sacado mejores resultados si mi abuela les hubiera puesto clembuterol en la comida.

Como otros tijuanenses, la falta de un equipo local me obligó a formar alianzas con otros equipos del interior de México. Y yo era feliz siendo un aficionado ambulante. Bueno, hasta que los Xoloitzcuintles subieron a la primera.

Ahora me siento algo confundido, como si estuviera por entrar en un matrimonio hindú en donde conozco poco o nada de mi nueva pareja. Y el sábado 23 será como una boda en el estadio Caliente cuando los Xoloitzcuintles se enfrenten contra los Monarcas de Morelia en su primer partido en primera división.

Qué importa que tenga un nombre poco común, tan feo, o bueno, tan poco amable a la vista, como los perros del mismo nombre. Qué importa que su dueño sea una figura controversial. Qué importa cuánto tiempo duren en primera división.

Esto es futbol, y puedo decir que finalmente tengo un equipo.

Y ahí estaré en las gradas para verlo por primera vez.

Cinco señales de que los republicanos han perdido la cabeza


La patria no siempre es primero.

La tarjeta de crédito de los Estados Unidos está muy cerca de llegar a su límite. A partir del 2 de agosto, si el Congreso no aprueba un incremento al techo de la deuda nacional, un voto rutinario en años anteriores, el gobierno federal dejaría de pagar sus obligaciones, una cuestión impensable para el país más rico del mundo con consecuencias financieras catastróficas. Digamos que no es necesariamente lo que el país necesita en este momento.

Uno supondría que el sentido de urgencia sería suficiente para que los demócratas y los republicanos llegaran a un acuerdo para así concentrarse en reducir el desempleo y en hacer crecer la economía. Pero como suele suceder a Washington DC, la intransigencia está a la orden del día, especialmente con las elecciones del próximo año cada vez más cerca. Aunque ambos partidos pecan de dejarse llevar por su ideología, son los republicanos los que han perdido la cabeza con su fanatismo político e hipocresía institucional. Veamos.

Déficit nacional cuando les conviene: seamos honestos cuando hablemos de la deuda nacional, por lo visto el tema más importante para los republicanos hoy en día: fue el ex presidente George W. Bush y muchos de los republicanos que hoy en día están en el Congreso quienes llevaron al país de un superávit a un súper déficit al reducir impuestos pidiendo más dinero prestado, empezar dos guerras costosas e inflar la deuda nacional con iniciativas sociales masivas como el programa de medicamentos de Medicare. Ahora que han perdido sus derechos a usar la tarjeta de crédito resulta que la prioridad número uno es reducir la deuda que ellos en gran parte acumularon.

La reducción de impuestos es la solución para todos los problemas del país, parece ser el lema de los republicanos. ¿Quieres reducir la deuda? Baja los impuestos (aunque en realidad eso añade a la deuda). ¿Quieres generar trabajos? Baja los impuestos (ya vimos todos los trabajos que generó la reducción de impuestos de Bush en el 2001 y 2003). ¿Quieres estimular la economía? Baja los impuestos (no olvidemos el tremendo crecimiento económico bajo la administración pasada). A nadie le gusta pagar impuestos, pero como parte de su negociación con el presidente Barack Obama, los republicanos ni siquiera consideran cerrar las lagunas en la ley tributaria que favorecen a los multimillonarios. Lo que nos lleva al siguiente punto:

Han olvidado a la clase media; su lealtad está con los ricos. No olvidemos que éste es el partido que frecuentemente busca eliminar los beneficios de personas desempleadas, porque de acuerdo con la filosofía republicana, las personas que reciben dinero del gobierno no buscan trabajo. Pero eso sí, protegen con todo las lagunas tributarias para los dueños de jets corporativos, compañías de petróleo y especuladores en la bolsa de valores. O sea, todas esas personas y compañías que se aprovechan de las fallas de la ley para no pagar los impuestos que les corresponden.

En campaña perpetua. Los políticos siempre están en campaña. Pero esta nueva generación de republicanos ha hecho tantas promesas tan extremas y absurdas a su electorado que ellos mismos imposibilitan la negociación que podrían tener con los demócratas. ¿Cómo puedes negociar seriamente cuando has prometido que jamás aumentarás impuestos y que cualquier aumento al déficit nacional representa el fin del mundo? Cuando llegue el momento de votar por aumentar el límite o techo de la deuda, un voto que se dará tarde o temprano, tendrán que escoger entre su reelección o el futuro económico del país. Personalmente, jamás confiaría en un político en una decisión que ponga a prueba su colectivismo. Lo que me hace pensar:

¿En verdad están dispuestos a poner su fanatismo sobre el bienestar del país? El techo de la deuda será aumentado. O por lo menos todos esperan que eso suceda. Lo que no se sabe son las condiciones que impondrán los ideólogos de ambos partidos para que el país evite una catástrofe de grandes proporciones. El presidente Barack Obama ha hecho su parte para reducir el déficit a largo plazo al poner sobre la mesa recortes a programas como Medicare y el Seguro Social, que son prioridades para los demócratas. Es hora que los republicanos muestran algo de flexibilidad por el bienestar del país.

Portero Tim Howard jugó sucio al criticar el uso del español


De todas las jugadas sucias que se dieron en la Copa Oro, hubo una que destacó por su mal gusto.

Sucedió al finalizar el último partido del torneo, el sábado 25, cuando la selección de México se coronó campeón al vencer a los Estados Unidos ante más de 90 mil aficionados en el histórico Rose Bowl de Pasadena.

El portero estadounidense Tim Howard, que recibió cuatro goles durante el partido, explotó contra los organizadores luego de que la ceremonia de entrega de medallas fuera conducida en ambos idiomas, aunque principalmente en español.

“Deberían sentirse avergonzados de sí mismos”, dijo a Sporting News, un portal de noticias deportivas. “Yo creo que fue una #$@!^ desgracia que toda la ceremonia después del partido fue en español. Te apuesto que si estuviéramos en la Ciudad de México no sería todo en inglés”.

Yo puedo entender que después de una derrota dolorosa uno ande un poco calientito, especialmente si el delantero del equipo contrario hizo que te arrastraras unos metros frente a tu portería antes de meterte el gol del torneo, como lo hizo Giovanni dos Santos para así dejar un marcador de 4-2.

Lo que no puedo entender es por qué evocó el asunto del idioma, sabiendo que es un tema que despierta más pasión que el futbol, especialmente entre la gente que le gusta atacar a los latinos y acusarlos de que no se asimilan a su nuevo país.

Como era de esperarse, inmediatamente después de su declaración, los comentarios racistas y antiinmigrantes comenzaron a aparecer en la sección de comentarios de cualquier nota sobre el partido que apareciera en internet. De un momento a otro, el tema pasó de ser sobre un evento deportivo a una cacería virtual de latinos.

Quizá tenga razón Howard de que el maestro de ceremonias y conductor del programa República Deportiva, Fernando Fiore, debió haber mezclado más los dos idiomas. Quizá no lo hizo por sus limitaciones del inglés. Pero aquí el idioma era lo de menos. La mayoría del público en el estadio era hispano, y alrededor de 8 millones de personas siguieron el partido a través de Univisión, un canal que transmite su programación en español.

En cuanto al inglés, el partido aparentemente no fue lo suficientemente importante para las cadenas de mayor audiencia nacional como ESPN, NBC, ABC o CBS. Los únicos que se interesaron en transmitirlo fueron la gente de Fox Sports Channel, un canal de paga que se especializa en deportes.

Pero los comentarios de Howard invitan a reflexionar un poco más sobre el tema.

No faltó quien repitiera la gastada frase: “estás en los Estados Unidos, y aquí se habla inglés”, para argumentar que la ceremonia debió haber sido presentada en el idioma de Shakespeare. Yo actualizaría esta frase añadiendo lo siguiente: “Estás en los Estados Unidos, y aquí se habla inglés y español.”

Hoy en día hay 45 millones de hispanos cuya lengua principal o secundaria es el español, lo que representa el grupo hispanohablante más grande después de México. Y sobre las personas que dicen que los hispanos hablan el español a costa del inglés, alrededor de la mitad de los hispanohablantes en Estados Unidos hablan inglés “muy bien” de acuerdo con el Censo.

El español se ha convertido en el otro idioma oficial de este país. Sólo tienes que encender la televisión para darte cuenta de que cada vez es más común ver anuncios en español durante la programación en inglés.

Algunos partidos de futbol americano tienen anuncios en español en el campo; la liga de basquetbol estadounidense tiene un portal que mezcla el inglés y el español que se llama Ene Be A (NBA); y el beisbol, el supuesto deporte nacional estadounidense, está repleto de jugadores de Latinoamérica. Además, en mi cafetería favorita hay un letrero que se enorgullece en decirme cada vez que voy que “se habla español”.

No es una desgracia que la ceremonia haya sido celebrada en ambos idiomas, señor Howard. De hecho, es lo normal hoy en día. Además, los organizadores se aseguraron de hablar inglés durante la parte cuando se entregaron las medallas de plata, para aquellos que obtuvieron el segundo lugar, como tú.

México tuvo un triunfo merecido, y no solamente se llevó el trofeo y el pase a la Copa Confederaciones Brasil 2013, sino que también ganó el premio fair play del torneo por haber sido el equipo que jugó más limpio.

La memoria es (casi) obsoleta en la era de internet


De todos los cambios que la internet ha generado en nuestras vidas, es fácil olvidar uno de los más obvios: el escaso uso que hacemos de nuestra memoria.

Hoy en día dependemos más de una memoria virtual y no mental, que provoca que en ocasiones no tengamos que acordarnos de cosa alguna. Con mayor frecuencia, si fracasamos en traer a la mente la información que necesitamos, a cambio tecleamos efusivamente en un teléfono inteligente o en una computadora con acceso a la internet.

Una búsqueda rápida en Google o en cualquier otra plataforma seguramente nos recordará aquella cosa que hemos olvidado y que nuestra memoria es incapaz de recuperar. Esto me hace reflexionar en aquellas cosas que no necesito recordar más gracias a los avances en tecnología y a la evolución de nuestro estilo de vida virtual.

Las instrucciones para hacer algo: La internet es el depósito más grande de instrucciones para hacer cualquier cosa, ya sea si la información fue generada por usuarios a través de un artículo o un video en YouTube, o por una compañía de medios de comunicación o por cualquier otra empresa. ¿No recuerdas bien una receta de cocina, se te olvidó cómo practicar primeros auxilios, cómo renovar tu pasaporte, dibujar, amarrar una corbata, o instalar un piso? Todo podrás encontrarlo en internet en cuestión de segundos, y muchas veces las instrucciones están acompañadas de un video con ejemplos.

Direcciones para llegar a un lugar: Supongamos que vas en tu carro y el tráfico se detiene porque hubo un accidente adelante. La línea de carros comienza a alargarse y te quedas atorado. Hay algunas calles laterales que puedes usar para salir del tráfico pero no sabes cuál elegir. De repente recuerdas que tu teléfono inteligente cuenta con un localizador geográfico. Rápidamente lo activas y el aparato te muestra un mapa que te permite ver si las calles alternativas tienen salida y a dónde van. Un estudio reciente de la Universidad Estatal de Florida reveló que casi la mitad de los hispanos que preferimos hablar español tenemos un teléfono inteligente como esos, lo que demuestra un crecimiento explosivo del uso de estos aparatos entre la comunidad latina.

Datos generales: Éste es uno de mis favoritos porque aquí la verdad siempre gana. Digamos que tienes a un compadre borracho que no deja de hablar de su equipo favorito de futbol, el América. Él dice que es el equipo más popular de México, y no te acepta ninguna explicación. Tú no te acuerdas, pero sacas tu teléfono celular, haces una búsqueda del equipo más popular de México, y encuentras una encuesta nacional de la compañía Consulta Mitofsky que revela que en 2011 las Chivas Rayadas de Guadalajara son el equipo con mayores fanáticos en México. Tu compadre terco de todas maneras no te cree pero tú ya sabes la verdad. Esta misma metodología la puedes usar para hablar de política o religión o de cualquier otro tema.

Amigos: Las redes sociales y sitios como Facebook nos han recordado que tenemos amigos que probablemente habíamos olvidado. Aquellas amistades añejas o de la infancia y adolescencia han vuelto a la vida en Facebook con más detalles de los que nos imaginábamos. Rara vez pasa un día sin que me llegue un recordatorio de que es el cumpleaños de uno de mis “amigos”. Ahora no solamente he recuperado a los amigos de otras épocas, sino que también sé cuándo cumplen años. Una cosa más de la que mi memoria no tiene que preocuparse.

En resumen: La internet siempre estará ahí para alimentar tu curiosidad, sacarte de un apuro o comunicarte con alguien que pensaste que habías perdido para siempre. Aunque a veces pareciera que nuestra memoria ha sido reemplazada por un teclado y una pantalla, o un teléfono inteligente, la memoria aún no es obsoleta.

Es una lección que aprendí el otro día cuando llegue la oficina y descubrí que había olvidado mi celular en casa. Con lo dependiente que soy hoy en día de este aparato, me subí a mi carro y regresé a mi casa a recogerlo.

Espero que no se me vuelva a olvidar.