Our border lifestyle is slowly dying


Other business owners would have given up a long time ago. But it’s hard to close a store your parents bought from the meager profits of selling cigarettes and sombreros in the streets of Tijuana.

Even though the last two years have been the hardest for Angie’s Place, a Mexican arts and crafts store on Revolution Ave., Angelina Velazquez refuses to give up. She is 77 and determined to turn around the store her parents sacrificed so much to buy.

Days go by without selling a single item, but she still manages to pull through. Some weeks she pays her employees only part of their salary.

The point is to stay open, she says.

“I do it to honor my parents.”

She reminded me of how much we’ve lost as border residents in the last 10 years.

It wasn’t long ago that I would go to Tijuana just to eat some street tacos, the best in Mexico. I used to go to restaurants, movies and I would cross at a moment’s notice to see friends and family.

The only downside was a long but tolerable wait to cross back into San Diego.

But now things are about to get even harder for people whose livelihood depend on tourists or visitors from north of the border, and generally for people who cross the border on a regular basis.

The long waits of late to cross into Mexico will become permanent in January when the Mexican government completes a port modernization that includes new security measures designed to stem the flow of weapons and money from the U.S.

The purpose is to weaken Mexican drug traffickers.

I wonder how effective these new measures will be given the U.S. spends billions of dollars more in border security, but only manages to intercept a small quantity of drugs and other contraband.

The long waits to cross into Mexico are just another blow to our border lifestyle, which has been slowly dying.

The new security measures put in place after the September 11 attacks made the long lines crossing north longer and slower. Then came the kidnappings and beheadings, which scared many away.

The recession took away our disposable income, and if that wasn’t enough, the U.S. government made us spend time and money getting a passport just to cross back to San Diego.

A passport to go to Revolución?

Now we’ve come full circle with long lines to cross into Mexico.

One more excuse not to visit Baja California.

I sympathize with the thousands of families that will now have to spend more time in their cars instead of with their families. It seems Mexico City, like Washington D.C., forgets that people work and live on both sides of the border.

Some, like Velazquez, refuse to give in.
Her store on 4th and Revolution has given her a comfortable lifestyle and helped finance the college education of several family memberS, some of whom live and work in San Diego.

These days, Velazquez says Europeans are keeping her store alive.

It seems they are the only one who still get excited about taking a photo in Mexico wearing a sombrero and sitting on a donkey dressed as a zebra.

I’m glad someone still has the luxury to cross to Tijuana just to have fun, even if they have to come from the other side of the Atlantic. And that’s a good enough reason for Velazquez to stay open.

“I wouldn’t like to see Europeans visiting Tijuana and nobody there to welcome them.”

Nuestro estilo de vida fronterizo está muriendo


Otros empresarios hubieran cerrado el negocio desde hacía tiempo. Pero es difícil clausurar una tienda que tus padres compraron vendiendo cigarros y sombreros a turistas en las calles de Tijuana.

A pesar de que los últimos dos años han sido los peores en la historia de Angie’s Place, un puesto de curiosidades en la avenida Revolución, Angelina Velázquez se rehúsa a darse por vencida.

A sus 77 años insiste en sacar adelante la tienda que tanto lucharon sus padres por comprar.

Qué importa si pasan días sin que la tienda venda un solo artículo o si tiene que pagar a sus empleados en abonos.

Lo importante es mantenerse abiertos.

“Lo hacemos por honrar a nuestros padres,” dijo Velásquez.

Su historia me hizo pensar en que tanto hemos perdido los residentes fronterizos durante los últimos 10 años.

No hace ni 10 años que yo solía ir a Tijuana simplemente a comer unos tacos. Iba a restaurantes, al cine y a fiestas con familiares o amigos. La única inconveniencia era hacer una fila larga pero tolerable para regresar a San Diego.

Las cosas prometen ponerse aún más difíciles para todos aquellos que dependen de los turistas o visitantes del norte de la frontera, y en general para todos los que cruzan cotidianamente.

En enero se harán permanentes las nuevas medidas de seguridad en la garita para cruzar a Tijuana, y con ello vienen dos situaciones inminentes: más demoras para cruzar a México, y para los turistas y viajeros recreativos, una excusa más para no visitar Baja California.

El gobierno mexicano está en proceso de modernizar sus garitas para combatir el tráfico ilícito de armas y dinero lavado proveniente del norte.

La idea es debilitar a los narcotraficantes privándolos de estos dos elementos esenciales para ellos.

Pero no estoy seguro de qué tan efectivas serán estas medidas.

Los Estados Unidos gasta miles de millones de dólares más en seguridad fronteriza y no es ningún secreto que sólo logran interceptar una pequeña parte del contrabando que estos mismos narcotraficantes mandan al norte a través de sistemas sofisticados de distribución

Lo más probable es que las demoras reduzcan aún más el número de personas que visitan Tijuana y la costa de Baja California, y que gastan los dólares que tanto necesitan empresarios y familias al otro lado de la frontera.

No deberíamos sorprendernos. La frontera se ha venido haciendo más chiquita desde hace varios años.

Primero los ataques del 11 de septiembre de 2001 propiciaron que se alargaran las filas para cruzar al norte.

Después los secuestros y decapitaciones en Tijuana se encargaron de asustar hasta a los turistas más tercos.

Después vino la recesión, y por si no fuera poco, el gobierno estadounidense nos hizo gastar dinero en un pasaporte para poder reingresar a San Diego.

Y el colmo es que ahora tenemos que hacer filas largas también para entrar a México.

Este nuevo obstáculo promete reducir la calidad de vida de miles de personas que viven o trabajan en uno u otro lado de la frontera ya que ahora pasarán más tiempo en sus carros en lugar de estar con sus familias.

A pesar de que casi no hay turistas en la avenida Revolución, Velázquez siente un gran apego a su tienda de curiosidades.

Gracias a ese puesto entre la calle Cuarta y Revolución, su familia logró mandar a sus hijos a universidades en México y los Estados Unidos.

Incluso algunos de ellos son profesionistas en San Diego.

No todos en su familia pudieron darse el lujo de permanecer abiertos.

Dos de sus hermanas también tenían negocios ahí, pero ellas ya desocuparon los puestos y ahora los locales están en renta.

Velázquez dijo que la tienda sobrevive prácticamente de los turistas europeos, que aún se emocionan por tomarse una foto en México con un burro pintado de cebra y un sombrero mexicano.

Parece que son los únicos que pueden darse el lujo.

Para nosotros los obstáculos son ya muchos para cruzar la frontera más transitada del mundo y es una pena que Tijuana tenga que depender de turistas del otro lado del Atlántico.

Para Velázquez, sin embargo, son su única esperanza.

“No me gustaría que vinieran los europeos y que no haya alguien que los reciba.”